Mujer de Pie
Sinopsis
Hasta el año pasado, Yasutaka
Tsutsui era un perfecto desconocido en nuestra lengua. Y sin embargo,
tiene detrás una obra importante y popular en su país: escritor de
culto cuyos relatos han sido adaptados al cine, tanto de animación
como con actores de carne y hueso. Una primera colección de cuentos,
Hombres salmonela en el planeta porno, nos lo daba al fin a conocer.
Ahora se edita Estoy desnudo y otros cuentos, antología personal del
autor seleccionando sus mejores cuentos. “Yo soy el espíritu de la
Astracanada”, proclama alguien cerrando uno de sus relatos, no
sabemos si el propio autor o el protagonista de este relato, un
personalidad múltiple cuyas dieciocho voces se dejan oír, cada uno
con su perfectamente distinta caracterización –el Cursi, el
Salido, el Currante…- en la aventura que supone, a lo largo de todo
el cuento, “echar un polvo”.
Es el que cierra el volumen.
Antes de llegar a él, y como sucedía en la entrega anterior,
también publicada por Atalanta -nueva y ya imprescindible casa
editorial de Jacobo Siruela-, Tsutsui alterna en sus relatos
argumentos sacados de la cotidianidad urbana, poblada de oficinistas
trepas y lujuriosos, con argumentos de la ciencia ficción; añadiendo
en esta colección, por ejemplo, la figura tradicional japonesa de un
oni -demonio, mal genio o duende con cuernos, aclara el traductor en
una de sus necesarias, justas y bien traídas notas al pie-. En el
relato que abre el libro, una pareja abandona desnuda uno de esos
hoteles a los que los japoneses son tan aficionados dadas las escasas
dimensiones, y la escasa intimidad, de sus viviendas; van desnudos
porque un incendio les ha sorprendido en pleno acto sexual. Porque
ella está casada, tiene más miedo de que la vean mirones que a
morir abrasada; él, soltero, no solo teme que lo vean desnudo sus
compañeros de trabajo: además, tiene una imperiosa necesidad e ir
al baño; se avecina diarrea, para más señas.
Por su gusto
por la ciencia ficción y también por la meta ficción, se le ha
calificado de Philip K. Dick japonés. Lo cierto es que esa
meta ficción la practica de forma diferente a Dick, menos paranoica,
digamos; más psicótica que paranoica. Si algo tiene en común con
el escritor estadounidense es un humor que desborda, cual riada
imparable, cualquier dique que le salga al paso. Humor metafísico y
delirante en el caso de Dick; en el de Tsutsui, yo no he dejado de
recordar los cómics de nuestro Vázquez.
El sexo, la
violencia, el egoísmo y los peores resortes del ser humano son
elementos que Tsutsui podría haber sacado de su declarado amor por
el psicoanálisis. También es admirador de los hermanos Marx. Esos
elementos conviven en este libro con, por ejemplo, dos
descacharrantes ilustraciones, en distanciadora clave de ciencia
ficción, del (mal)entendimiento entre culturas diferentes: como
Stanislaw Lem en su Diario de las estrellas, sus personajes nos
vienen del futuro o visitan distantes planetas para practicar un
humor corrosivo e ilustrativo sobre nuestro presente; con él
comparte el gusto por el absurdo; aunque, a diferencia del autor
polaco, Tsutsui hace gala en todo momento de un humor que deviene de
sal gorda. “Es en estos casos en los que se revela la naturaleza
humana”, reflexiona aquel primer personaje que atraviesa en pelotas
una gran avenida y en busca de un taxi, tratando de aguantar su
diarrea.
Y lo extraño es que el resultado no arroje un sabor
vulgar, sino todo lo contrario. En el siglo XX nos ha llegado la
tradición novelística japonesa a través, fundamentalmente, de
Yasunari Kawabata y Yukio Mishimia: nos dejaron el testimonio de una
extraordinaria sensibilidad aliada a una extraordinaria perversidad.
Tsutsui resulta un extraño precipitado, tras leer a los autores
anteriores: otra faceta, o rostro, de dicha herencia. El de la
portada de este nuevo libro, por ejemplo: un personaje del teatro
tradicional Kabuki sacándonos la lengua.
Es curioso que el
manga o cómic japonés sea un medio que tienda a los argumentos
difusos, cuando no confusos, y generalmente inacabables: Tsutsui
también ha sido adaptado a dicho medio, pero sus argumentos, por el
contrario, son exactos; al igual que su estilo diáfano y certero,
juzgando a través de la traducción que se nos sirve: teje sin
ambages ni circunloquios, sin cesar, sus avatares. Antes citábamos a
Vázquez y pienso en él porque el autor español nos dio su versión
de lo que era una historieta desde los grises y encerrados en sí
mismos años del franquismo con el agente secreto Anacleto y
celebraba, en el último tramo de su obra -tiempos más benignos para
narrarlos, con su mismo estilo de siempre pero ahora en primera y
supuestamente autobiográfica persona-, sus (des)venturas con el
fisco o con numerosas y furibundas compañeras de escarceos sexuales.
Yasutaka Tsutsui es una suerte de Philip K. Dick mezclado con
Vázquez, la versión subversiva de nuestra sociedad; con un
omnipresente capitalismo que Deleuze calificaba de esquizofrénico y
que en Japón ve acentuados sus rasgos al paroxismo, quizás en
contraste con -¿potenciados por?- las viejas costumbres de este
país. Nos resulta por fuerza singular una literatura que, como la
nipona, tiene la primera muesca de su canon narrativo en una obra de
más de mil seiscientas páginas, La Historia de Genji, escrita por
una mujer a mediados del siglo X y que se adelanta además en siglos
a los grandes ciclos novelísticos occidentales. “Mujer loca que
espanta espíritus maléficos”, tal personaje recibe al lector de
este volumen de Yasutaka Tsutsui: una mujer sacando la lengua; un
personaje tradicional del teatro Kabuki.
En inglés ya se le
ha adaptado al teatro y han empezado a publicarse algunas de sus
novelas; solo resta que en español continúe esta labor y sigamos
disfrutando de este nuevo, para nosotros, e inmenso talento
satírico.
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